
Está claro que unos lenguajes tienen éxito y otros no. Lo curioso es que, a menudo, esto ocurra en contradicción abierta con las capacidades o carencias del lenguaje en relación con sus competidores. A veces, incluso en contra de los deseos de quienes los concibieron.
Ahora que, si uno lo piensa bien, este fenómeno no tiene nada de exclusivo. Parece que la permanencia en el candelero de un sistema, una teoría, un producto, lo que sea, se consigue sólo cuando llega en el momento adecuado, gusta a un sector clave del público, y recibe los apoyos adecuados de gente con poder y/o mano izquierda. Si falla alguna de estas premisas, no hay nada que hacer. Y si no, que se lo pregunten a los inventores del sistema Betamax, a quienes les faltó la mano izquierda mercantil que demostraron los defensores de su rival VHS para llevarse el gato al agua con un sistema más aparatoso y más imperfecto. O a los fundadores de la Comuna de París, a quienes no habría venido nada mal la clase de obstinado apoyo oficial que aún sigue recibiendo el plúmbeo lenguaje ADA en los EE.UU. O a Van Gogh, que no se llevó ni un duro de royalties por sacar su API de gráficos antes de tiempo; y es que, como dijo Confucio, "tener razón demasiado pronto es como no tener razón". O al creador de FORTH, que puso en su lenguaje toneladas de simplicidad y elegancia, pero desde luego omitió darle ese toque de encanto marujil y populista que ha conducido a un engendro llamado BASIC al Olimpo de la programación.
En fin, que las reglas del éxito son demasiado caprichosas. Al final, lo único que le puede ayudar a uno es tener potra o buscarse un mecenas con posibles. De la excelencia técnica mejor olvidarse, ése no parece ser un factor. Ah, y si algún día le presentan en un cóctel a Niklaus Wirth, ni se le ocurra decir: "Encantado de conocer al genial creador de Pascal". Sería como preguntarle a Isabel Preysler por Julio Iglesias.
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